Los niños disfrutan de los susurros de las hadas, de la fuerza del viento en los giros de las espadas, de la brisa que acuna un rayito de luna en las casonas de brujas. Usan su inspiración para los peligros de cada héroe, se arrollan en estrategias para salvar el mundo, hacen giros y silvidos con sus voces para encantar a los enemigos o conquistar fértiles campos. Habitan los sueños de un gigante y se dejan hamacar entre mundos desaparecidos.
Los niños abrazan la vida cuando despliega su afecto, cuando lo combina con sus circunstancias en cada momento. Perseguidos, voraces, perceptivos, fugaces, veloces, plenos, brincando en la fantasía se enmascaran para las aventuras.
Configuran mapas, pintan sus escenarios, construyen sus instrumentos, sus cuevas, su casa. Se disfrazan de lo que temen, de lo que aman, de lo que recuerdan. Sus trazados y relatos, su tránsito y sus sonidos son cuentos inéditos. Los niños hacen preguntas, hacen mitos para explicar lo que la ciencia no descubre, hacen magia para aliviar la incertidumbre.
Hay muchas maneras de abordar los cuentos. Con folclore, con un canto, sentados en sillones suaves o sobre las rodillas. Como cuentistas que esparcen su espíritu de trovadores, de poetas ambulantes, de brujos y de las huellas psíquicas de nuestras lecturas y de las voces familiares que resuenan en nosotros.
El cuento es más antiguo que el arte y la ciencia, nos trae voces e historias transformadas e innovadas en el momento, por el narrador.
Los cuentos ponen en marcha nuestra interioridad, encajonada o arrolladora, nos iluminan la salida cuando las puertas dan con muros, nos conducen, nos cubren, nos lanzan. Construyen miradas, deconstruyen otras. Combinan juegos, apaciguan el cuerpo o lo entumecen; nos contactan con el narrador, con el autor, con la sabiduría de extraños viajes y lugares remotos.
Los cuentos se escuchan con el alma, se cuentan con el alma. Transmiten lo profundo en lo superficial de cada letra del lenguaje sencillo. Una y otra vez dan rumbo a cada quien que los escucha, ya sea para ir contra molinos de viento o dar giros hacia resplandecientes y exuberantes mundos psíquicos.
Los cuentos alojan a los niños, los invitan a escuchar con todos sus sentidos y a descansar de sus exigencias, a recuperarse y a crear, a describir y a conjurar su propio tiempo.
Los niños abrazan la vida cuando despliega su afecto, cuando lo combina con sus circunstancias en cada momento. Perseguidos, voraces, perceptivos, fugaces, veloces, plenos, brincando en la fantasía se enmascaran para las aventuras.
Configuran mapas, pintan sus escenarios, construyen sus instrumentos, sus cuevas, su casa. Se disfrazan de lo que temen, de lo que aman, de lo que recuerdan. Sus trazados y relatos, su tránsito y sus sonidos son cuentos inéditos. Los niños hacen preguntas, hacen mitos para explicar lo que la ciencia no descubre, hacen magia para aliviar la incertidumbre.
Hay muchas maneras de abordar los cuentos. Con folclore, con un canto, sentados en sillones suaves o sobre las rodillas. Como cuentistas que esparcen su espíritu de trovadores, de poetas ambulantes, de brujos y de las huellas psíquicas de nuestras lecturas y de las voces familiares que resuenan en nosotros.
El cuento es más antiguo que el arte y la ciencia, nos trae voces e historias transformadas e innovadas en el momento, por el narrador.
Los cuentos ponen en marcha nuestra interioridad, encajonada o arrolladora, nos iluminan la salida cuando las puertas dan con muros, nos conducen, nos cubren, nos lanzan. Construyen miradas, deconstruyen otras. Combinan juegos, apaciguan el cuerpo o lo entumecen; nos contactan con el narrador, con el autor, con la sabiduría de extraños viajes y lugares remotos.
Los cuentos se escuchan con el alma, se cuentan con el alma. Transmiten lo profundo en lo superficial de cada letra del lenguaje sencillo. Una y otra vez dan rumbo a cada quien que los escucha, ya sea para ir contra molinos de viento o dar giros hacia resplandecientes y exuberantes mundos psíquicos.
Los cuentos alojan a los niños, los invitan a escuchar con todos sus sentidos y a descansar de sus exigencias, a recuperarse y a crear, a describir y a conjurar su propio tiempo.
- Taller para adultos quienes quieran narrar y/o escribir cuentos para niños.
Duración: 90 minutos.
Día: a acordar.
- Concurso Literario de cuentos para escuelas.
- Taller Literario Alquimia.